La intensidad del sufrimiento de nuestra Cleopatra era gradual dirección a la cumbre de la fobia… ¡¡y todavía se resistía a hablar!! Yo no tenía muy claro en qué iba a dar todo aquello, pero si para averiguarlo era necesario que me bajase varias paradas más tarde, sin duda lo haría. Del interior de su chaqueta cuello mao el oriental sacó un pañuelo y se lo ofreció sin palabras a aquella mujer europea incapaz de decir nada. Parecía que el escenario se había quedado oscuro y que un foco los iluminaba sólo a ellos, pues todos los pasajeros giramos al mismo tiempo de nuevo la cabeza. Pero ni escenario ni foco, más bien curiosidad hurgando en las vidas ajenas. El oriental parecía solidarizarse con la mujer en un doble sentido: por un lado, ofreciéndole el pañuelo para que secase su lágrima y, por otro (tal vez el más importante), guardando silencio al igual que ella. La mujer lo miró unos segundos y, finalmente, con la mano temblorosa y mirada de agradecimiento, tomó el pañuelo en sus manos.
- O sea, que al chino le acepta un pañuelo y a mí no me deja sentarme a su lado. Comportamiento paranoide el suyo…- contraataque severo del demiurgo, a quien parecía importarle más bien poco quién interviniese en el conflicto, tan sólo quería sembrar polémica. Quedaba patente.
Para sorpresa de todos, no fue silencio lo que hubo a cambio de ese embate, sino una respuesta insospechada… pero no por parte de la mujer silente, sino por parte del oriental que, sin perder la compostura y en un uso muy metafórico del lenguaje, desafió al gran demiurgo con absoluta seriedad.
- Para que los frutos nazcan ricos y sanos de la tierra, primero hace falta echar abono. Y el abono es hecho de excrementos. Todos despreciamos excrementos porque son sucios, huelen mal, pero dan vida. Ella es una hermosa mujer. Ella es fruto que está a punto de nacer de la tierra. Usted cree que está haciendo daño, pero en realidad es el excremento del que nadie se va a acordar cuando le haya dado vida. ¿Comprende? Nadie recuerda abono cuando nace fruto. Nadie.
No pude evitar que se me escapase una sonrisa. Definitivamente, de todos cuantos habían hablado me quedaba con el oriental. Su templanza, su paz interior, su alegoría. Era como escuchar poesía. Me sorprendió su buen manejo del idioma. O quizás no me sorprendió. Con la sonrisa pintada en la cara, llegó hasta mí e incluso hasta el propio conductor del autobús una onda expansiva de susurro cuyo origen no pude determinar con exactitud.
Mientras tanto, mirando fijamente a los ojos al oriental, el funcionario extravagante se daba unos segundos para dar una réplica a la altura de las circunstancias.
- ¿Va de metáforas la cosa? Está bien, me apunto. Los mismos pasajeros pueden decidir quién es el mejor, ¿le parece?- hizo una pausa teatral perfectamente estudiada y siguió hablando clavándole la mirada al chino- Para que un vestido le quede perfecto a una mujer, debe ser hecho a medida. Cuando el traje ha sido bien confeccionado la dama, por fea que sea, lucirá hermosa. Convengamos que esta situación le queda grande a esta mujer y ustedes no son más que una panda de inútiles asistentes de sastre venidos a menos tratando de hacer que se sienta cómoda y linda. Pero aunque tenga cuerpo de sílfide si el vestido le queda grande será como si no existiese cuando el fotógrafo venga a hacer su sesión. Conclusión… todas sus intervenciones son en vano, en este taller de costura no hay más que inútiles. ¿Me comprende usted ahora?
El oriental ni se inmuta y parece no tener intención de intervenir de nuevo. Y verdaderamente no le hace falta porque ha estado sublime.
- ¿Perdone?- nos giramos con absoluta sorpresa cuando escuchamos a una mujer morena y elegante, que recuerdo perfectamente de la parada, dirigirse al funcionario extravagante con cara de enfado. ¿Qué puede pasar ahora?
- Dígame, querida, ¿puedo ayudarla en algo?- con todo el cinismo del mundo el demiurgo eliminaba del guión de un plumazo todas las intervenciones anteriores.
- No pretendo ofender, pero… ¿está insinuando que una mujer sólo está hermosa si la ropa se la hace un sastre? Disculpe que sea dura con usted, pero es obvio que, como hombre, no tiene ni idea de lo que está diciendo.
- Señorita, dígame una cosa, si no le importa… ¿sabe usted lo que significa “banal”?- el funcionario hablaba como con agotamiento, dejando los ojos en blanco y resoplando.
Tras un titubeo largo, la señorita se reafirmó sobre sí misma y con total dulzura en la textura de su voz, respondió con una sonrisa.
- Obviamente sé qué significa “banal”… ¿pero qué tiene que ver? Sólo digo que está usted limitando el campo de la belleza a la alta costura y, disculpe, pero debo discrepar en ese punto. Las mujeres de belleza no necesitan de un sastre para lucir hermosas, es más, con ropa fabricada en serie por grandes industrias, siempre y cuando la mujer sepa escoger, evidentemente, la belleza puede llegar a alcanzar niveles insospechados.
Nadie, absolutamente nadie en el bus era capaz de comprender cómo esa mujer podía detenerse en semejante tontería. Lo que parecía evidente era que la dama a estas alturas de la película aún no había percibido a qué clase de personaje le ofrecía semejantes planteamientos.