viernes, 18 de junio de 2010

Chicle Pop Art (IV)

La intensidad del sufrimiento de nuestra Cleopatra era gradual dirección a la cumbre de la fobia… ¡¡y todavía se resistía a hablar!! Yo no tenía muy claro en qué iba a dar todo aquello, pero si para averiguarlo era necesario que me bajase varias paradas más tarde, sin duda lo haría. Del interior de su chaqueta cuello mao el oriental sacó un pañuelo y se lo ofreció sin palabras a aquella mujer europea incapaz de decir nada. Parecía que el escenario se había quedado oscuro y que un foco los iluminaba sólo a ellos, pues todos los pasajeros giramos al mismo tiempo de nuevo la cabeza. Pero ni escenario ni foco, más bien curiosidad hurgando en las vidas ajenas. El oriental parecía solidarizarse con la mujer en un doble sentido: por un lado, ofreciéndole el pañuelo para que secase su lágrima y, por otro (tal vez el más importante), guardando silencio al igual que ella. La mujer lo miró unos segundos y, finalmente, con la mano temblorosa y mirada de agradecimiento, tomó el pañuelo en sus manos.

- O sea, que al chino le acepta un pañuelo y a mí no me deja sentarme a su lado. Comportamiento paranoide el suyo…- contraataque severo del demiurgo, a quien parecía importarle más bien poco quién interviniese en el conflicto, tan sólo quería sembrar polémica. Quedaba patente.

Para sorpresa de todos, no fue silencio lo que hubo a cambio de ese embate, sino una respuesta insospechada… pero no por parte de la mujer silente, sino por parte del oriental que, sin perder la compostura y en un uso muy metafórico del lenguaje, desafió al gran demiurgo con absoluta seriedad.

- Para que los frutos nazcan ricos y sanos de la tierra, primero hace falta echar abono. Y el abono es hecho de excrementos. Todos despreciamos excrementos porque son sucios, huelen mal, pero dan vida. Ella es una hermosa mujer. Ella es fruto que está a punto de nacer de la tierra. Usted cree que está haciendo daño, pero en realidad es el excremento del que nadie se va a acordar cuando le haya dado vida. ¿Comprende? Nadie recuerda abono cuando nace fruto. Nadie.

No pude evitar que se me escapase una sonrisa. Definitivamente, de todos cuantos habían hablado me quedaba con el oriental. Su templanza, su paz interior, su alegoría. Era como escuchar poesía. Me sorprendió su buen manejo del idioma. O quizás no me sorprendió. Con la sonrisa pintada en la cara, llegó hasta mí e incluso hasta el propio conductor del autobús una onda expansiva de susurro cuyo origen no pude determinar con exactitud.

Mientras tanto, mirando fijamente a los ojos al oriental, el funcionario extravagante se daba unos segundos para dar una réplica a la altura de las circunstancias.

- ¿Va de metáforas la cosa? Está bien, me apunto. Los mismos pasajeros pueden decidir quién es el mejor, ¿le parece?- hizo una pausa teatral perfectamente estudiada y siguió hablando clavándole la mirada al chino- Para que un vestido le quede perfecto a una mujer, debe ser hecho a medida. Cuando el traje ha sido bien confeccionado la dama, por fea que sea, lucirá hermosa. Convengamos que esta situación le queda grande a esta mujer y ustedes no son más que una panda de inútiles asistentes de sastre venidos a menos tratando de hacer que se sienta cómoda y linda. Pero aunque tenga cuerpo de sílfide si el vestido le queda grande será como si no existiese cuando el fotógrafo venga a hacer su sesión. Conclusión… todas sus intervenciones son en vano, en este taller de costura no hay más que inútiles. ¿Me comprende usted ahora?

El oriental ni se inmuta y parece no tener intención de intervenir de nuevo. Y verdaderamente no le hace falta porque ha estado sublime.

- ¿Perdone?- nos giramos con absoluta sorpresa cuando escuchamos a una mujer morena y elegante, que recuerdo perfectamente de la parada, dirigirse al funcionario extravagante con cara de enfado. ¿Qué puede pasar ahora?

- Dígame, querida, ¿puedo ayudarla en algo?- con todo el cinismo del mundo el demiurgo eliminaba del guión de un plumazo todas las intervenciones anteriores.

- No pretendo ofender, pero… ¿está insinuando que una mujer sólo está hermosa si la ropa se la hace un sastre? Disculpe que sea dura con usted, pero es obvio que, como hombre, no tiene ni idea de lo que está diciendo.

- Señorita, dígame una cosa, si no le importa… ¿sabe usted lo que significa “banal”?- el funcionario hablaba como con agotamiento, dejando los ojos en blanco y resoplando.

Tras un titubeo largo, la señorita se reafirmó sobre sí misma y con total dulzura en la textura de su voz, respondió con una sonrisa.

- Obviamente sé qué significa “banal”… ¿pero qué tiene que ver? Sólo digo que está usted limitando el campo de la belleza a la alta costura y, disculpe, pero debo discrepar en ese punto. Las mujeres de belleza no necesitan de un sastre para lucir hermosas, es más, con ropa fabricada en serie por grandes industrias, siempre y cuando la mujer sepa escoger, evidentemente, la belleza puede llegar a alcanzar niveles insospechados.

Nadie, absolutamente nadie en el bus era capaz de comprender cómo esa mujer podía detenerse en semejante tontería. Lo que parecía evidente era que la dama a estas alturas de la película aún no había percibido a qué clase de personaje le ofrecía semejantes planteamientos.

jueves, 17 de junio de 2010

Chicle pop art (III)

Sintiendo su protagonismo venido a menos, el funcionario extravagante volvió a hablar. Si bien la retórica incluía en casi toda la narrativa desde la época clásica siempre una historia de amor, no pensaba dejar que le arrebatasen el papel principal. Y mucho menos un joven malcriado y una rubia vulgar.

- Bien, mi parada es la última del trayecto… así que aún me queda tiempo… Por curiosidad, ¿no será usted sordo-muda? En ese caso, ¿pue-de le-er los la-bios?

Un golpe bajo llevado a cabo con patético histrionismo. El funcionario ya era el primero en el ránking de pasajeros odiados. De hecho, era el único que estaba despertando un sentimiento profundo.

Desde las primeras filas se alzó una voz de avanzada edad, que nos obligó a girarnos de nuevo. Se trataba del caballero del libro. Aunque hablaba clavando la mirada ferozmente en Cleopatra, parecía que en realidad estaba hablando para todos.

- El silencio no es más que el ruido de la cobardía. Si usted no alza su voz no puede pretender sentirse liberada. El arma que más fuerza posee en la rebelión es nuestra propia voz. Y si usted se queda callada, si no contesta es tan culpable como este individuo opresor. Qué importa que todos y cada uno de nosotros intervengamos en su defensa. Si usted misma no se defiende su conciencia quedará atrapada. Sí, el caballero provocó esta situación… pero si usted no hace nada por cambiarla, no será él quien merezca mi desprecio… ¿Qué pasa con el espíritu de lucha?

Por un instante creo que todo quedó suspendido en el aire, creo que alguien pulsó “pause” y la imagen se congeló. Entonces pude analizar con detenimiento cada rostro, el patetismo de imagen de procesión. Nuestra Cleo con las pupilas hechas de un cristal a punto de estallar, de romperse en mil pedazos, su piel ardiendo en el rubor más tropical de la tierra templada, los labios levemente separados, el ceño fruncido como se fruncen las cortinas en el riel y las manos fuertemente entrelazadas. A tan sólo una respiración de ella, el funcionario extravagante sonreía con autosuficiencia pero sin hipérbole. Levantaba una de sus cejas serigrafiadas y con el extremo de su fila de dientes superior mordía ligeramente el extremo del labio inferior. El brillo de sus ojos era un termostato de orgullo puesto al máximo. Era consciente de que había sembrado la discordia y llevaba escrito en la frente un enorme cartel de “demiurgo” que lucía satisfecho. En la fila de atrás un rebelde sin causa al que acababan de hablar de rebelión… su gesto se contraía en una mueca de balanza. Labios apretados en forma de “u” ladeada, recogía todo su rostro en la mejilla de la izquierda, de la que tiraba desde el interior de la boca. Mirada pensativa perdida en la goma que bordea la ventanilla junto a la que está sentado. Paralelamente a él nuestra ama de casa rubia en un gesto que lo dice todo. Mano derecha retocando levemente el cabello, mientras con la izquierda se arregla el escote. Añadir un comentario a esto sería caer en la redundancia… Por último, el sublime orador, un hombre con las ideas claras, que acababa de replantear la situación en términos casi marxistas mira serio, erguida la frente, perfectamente colocado en el asiento ignorando la escena que ha dejado tras de sí. Como por arte de magia, alguien pulsa “play” en el momento exacto en que Cleopatra moja su falda con una lágrima que se desliza fugaz haciendo sendero en el maquillaje.

martes, 15 de junio de 2010

Chicle pop art (II)

Antes de lo previsto vuelvo a contemplar el paisaje apurado desde el autobús y me enredo en mis propios pensamientos, en los que en ese instante no tienen cabida 1 ni 2 ni 3 ni 4 ni 5 ni 6 ni 7.

- Buenas tardes, ¿me permite?- parecía que no, pero resulta que 7 tiene voz. Su petición tiene forma de pregunta, pero todos los que lo hemos escuchado hemos percibido en el fondo una orden.

Le habla a la tímida Cleopatra, lo último que la mujer se esperaba era que un hombre fuese a dirigirle la palabra. Se siente claramente incómoda y eso evita que reaccione, se bloquea y, por tanto, es incapaz de contestar.

- Perdone… ¿puedo sentarme aquí?- nuestro funcionario extravagante se está impacientando y, por su parte, Cleopatra tiene rubor hasta en la raíz del pelo. Lo cierto es que todos los pasajeros del autobús nos hemos girado para prestar atención a la escena y el silencio es tan cortante en la espera de la respuesta, que en realidad todos estamos un poco tensos, porque es evidente que el pasajero recién llegado no piensa desistir.

Cuando los segundos transcurren en silencio transcurren mucho más despacio y parece entonces que todo está siendo filmado a cámara lenta. Tanto es así, que me da tiempo a ver cómo sube y cómo baja el pecho de Cleopatra en un suspiro que, en tiempo real, hubiese sido fugaz.

- Disculpe, ¿va usted a contestarme antes de que el autobús llegue a mi parada?- si bien lo hacía con toda la educación del mundo en sus formas, lo cierto era que el funcionario parecía estar disfrutando con su insistencia innecesaria.

La cuestión era: ¿por qué ese ensañamiento con una mujer que claramente estaba sufriendo y dando, además, evidencias de ello? Supongo que todos los pasajeros nos estábamos haciendo la misma pregunta. Desde mi punto de vista, me encontraba ante dos comportamientos sociales absolutamente anormales. Pero entonces… antes de que pudiese ponerme a sacar mis propias conclusiones acerca de lo que estaba sucediendo, estalló otro foco de atención que provenía de la fila de atrás de Cleopatra.

- Tío, ¿por qué no la dejas en paz? ¿No puedes sentarte en otro sitio?- fascinante, el rebelde sin causa había desviado hacia sí con movimiento casi coreográfico todas las cabezas que le clavamos la mirada expectantes.

- ¿Perdón? No recuerdo haber hablado con usted. Esto no le incumbe- y el funcionario volvió a dirigirse a Cleopatra, que tenía ya lágrimas en los ojos.- Entonces, bella dama, ¿me puedo sentar, por favor?

- ¡No seas cínico! Hay asientos libres por todas partes. Escoge uno y déjala en paz.

- Trato de mantener una conversación entre adultos, por lo tanto, no está invitado. Gracias por su colaboración igualmente…

Era increíble el poder de polémica sin perder las formas del funcionario extravagante. Parecía que estaba usando el pasillo del autobús como un actor utiliza el escenario. Sin lugar a dudas nadie entre el público podía quedar indiferente.

Cuando ya iba a tener lugar la réplica del rebelde, nuestra ama de casa rubia deslizó de forma furtiva un papel al joven, que la miró extrañado. Ella le guiñó el ojo y con una sonrisa dijo sin voz muy despacio “llámame” llevándose tres dedos a la mejilla, el meñique a los labios y el pulgar a la oreja. Era la erótica de la rebeldía, supongo.

Aquel regreso a casa en bus estaba superando ya todas mis expectativas… las pupilas que viajaban con diversos destinos habían seguido la trayectoria del papel hasta las manos del rebelde y ahora, como en un partido de tenis, todos centrábamos la atención en el intercambio de miradas.

domingo, 13 de junio de 2010

Chicle Pop Art (I)

Cemento cuadriculado con pequeños adornos color gris oscuro pisoteados por el tiempo y por las personas. Se trata de ornamentos distribuidos aleatoriamente y que llevan consigo el sobrenombre de “chicles viejos y fusionados con el suelo”. Ese es el paisaje que diviso sentada en la parada del autobús. De entre todos ellos destaca uno que parece haber sido escupido hace poco tiempo. Sí, es cierto: está aplastado. Y sí, es cierto, está fusionado con el suelo. Pero aquí viene lo curioso: todavía conserva el color. Ante mí, un chicle rosa y, por lo mismo, la clara conclusión: con sabor a fresa.

¡Cuánto pop art en las aceras! Y, sin embargo, las pisamos como despreciando la obra de un creador colectivo, que son los ciudadanos (preferiblemente infantes y jóvenes) que se valen de la técnica universal de "mascado, baño en saliva y caída libre con simple apertura de mandíbulas y cabeza gacha". Esta técnica la lleva a cabo con el chicle en cuestión un creador A y, de manera en absoluto premeditada, la obra se verá completada gracias al tránsito por esa parcela de acera de los creadores B, C, D... que se encargarán de la técnica de "fusión con el suelo y desgaste de color" (a lo que también contribuirá el clima).

Con estas reflexiones propias de alguien más warholista que Warhol, reviso la hora y compruebo que, como siempre, el autobús llega tarde. No importa demasiado ahora que hay una brisa agradable y que, para ser sinceros, no tengo otra cosa que hacer. Es entonces cuando mi mirada tropieza de nuevo en el chicle de fresa y sonrío porque sé que los dos somos la nota de color: él en su mundo y yo en el mío.

En la parada, junto a mí, seis personas, cada una de las cuales se envuelve a su vez en su particular burbuja aislante. Con su cara-de-mírame-y-no-me-toques, ponen gesto interesante, como si por los alrededores deambulase una cámara que fuese a emitir por televisión en el programa de máxima audiencia las imágenes de los siete magníficos esperando el bus. Poses antinaturales y artificiales, cada uno según lo que quiere reflejar de sí mismo.

SUJETO Nº 1

Varón, 24 años.

El primero de los seis que espera el autobús conmigo tendrá unos 24 años. Tiene el pelo castaño y abundante y se peina para atrás al más puro estilo americano. Cualquiera diría que de un momento a otro va a sacar un peine del bolsillo de sus vaqueros y se va a retocar a lo Travolta en Grease. Está de pie, apoyado en el poste de la parada, mirando al horizonte con ceño fruncido, desafiante. No mira a nadie y, sin embargo, nos está aniquilando a todos con la mirada. Cazadora oscura, con el cuello levantado, cómo intimidar si no. Mientras en la mano derecha sostiene casi olvidado un pitillo a medio consumir con los dedos apuntando en forma de pistola, apoya la izquierda en la pelvis. Bajo la cazadora asoma una camiseta blanca que parece decir “el torso que cubro es el mensaje”. Piernas cruzadas entre el pasotismo y la chulería. Me da la sensación de estar ante un nene enfurruñado que quiere romper las normas, y este chico ya ha pasado esa edad. En cuanto papá le dé dinero, todo volverá a la normalidad. Esta es la imagen que el joven está ofreciendo a la cámara imaginaria: la de rebelde sin causa.

SUJETO Nº 2

Mujer, 27 años.

La mujer que está sentada a mi derecha no alcanza la treintena. Pese a que quizás no le lleva más que dos o tres años al joven recién descrito, lo cierto es que ha perdido esos resquicios de la adolescencia que aún le quedan al muchacho. Es bella, muy bella, tanto que es canónica. Y, consciente de su belleza, ha adoptado la postura de femme fatale. Semisonrisa a la nada, que le da un aire de superioridad, y caída de párpados con un toque de mirada por encima del hombro del prójimo. Adorna sus pequeñas orejas con enormes pendientes brillantes, que ni siquiera son auténticos, pero que son lo que el barniz a la madera. Su pelo corto se revuelve en caracoles rubios (los únicos mechones claros de la parada) y posa para la cámara al mismo tiempo que piensa, probablemente, en qué va a cocinar cuando se baje del autobús.

SUJETO Nº 3

Varón, edad indefinida (mediana edad).

Rostro y vestiduras asiáticas, logra la extraña conjunción de autoritarismo y afabilidad en la misma expresión. Aunque también está proyectando una imagen, parece estar perdido en sí mismo, en sus pensamientos, en su austeridad traída de Oriente. Frente enormemente despejada, piel brillante y labios carnosos que guardan silencio profundo. Chaqueta gris con cuello mao, quizás sea el patriarca de una familia china que acaba de instalarse y que de forma tan organizada dirige un negocio con un puñado de frases recién aprendidas en español. Inspira respeto y la cámara capta esa sensación minutos antes de la llegada del autobús.

SUJETO Nº 4

Mujer, 31 años.

Morena, media melena y pelo ondulado, trata de pasar tan desapercibida, que me llama la atención. Parece acostumbrada a esa cámara inexistente, al hecho de sentirse observada mientras espera en la acera. Y quizás se ha acostumbrado porque todos la miran al pasar. Su pose ha sido más que practicada en cada una de sus salidas a la calle, eso seguro, de tal modo que tiene el sabor del pan integral. Una sonrisa correcta y punto. Su belleza de Cleopatra se merece una pose con más personalidad, pero quizás tema con ello enamorar a la cámara y que cuando regrese a casa su marido le haya hecho las maletas. Qué sé yo… cuestiones de la intimidad de cada uno.

SUJETO Nº 5

Varón, edad indefinida.

Si bien no tengo el don de calcular la edad una vez pasada la juventud, lo cierto es que tengo un radar para la ranciedad. De pie, en el extremo opuesto al rebelde sin causa espera el autobús un hombre que parece recién llegado del siglo XIX. Mucho pelo en el mentón y nada en la cabeza, esta no resulta ser la única paradoja de su pose. Ofrece imagen de líder natural con las ideas claras, por algún motivo parece inteligente (será porque lleva un libro), sin embargo, algo me dice que piensa de un modo y vive de otro. Eso sí, eso no lo voy a buscar en una pose, porque las poses son precisamente para aparentar.

SUJETO Nº 6

Mujer, pasa de los 30.

Es sofisticada y tiene estilo. Con su pose busca que a nuestra mente acuda la palabra “glamour”. Dadas las circunstancias ha de valerse de trucos propios y, aunque luce elegante, la verdad es que todos en la parada hemos visto ya su ropa en los escaparates de Inditex tras el enorme cartel de REBAJAS. Lleva un corte de pelo a la moda, hecho por su peluquera de toda la vida, Marina, que le cobra más barato. Pero, obviando todos esos detalles, se diría que es la misma Jackie Kennedy.

Justo antes del corte para la publicidad, llega a mayor velocidad de la permitida el autobús. Los dejo subir atropellándose. Los dejo elegir con cuidado y esmero aquel asiento que los mantenga mayormente alejados del contacto humano y observo cómo se acomodan en el plástico recubierto de tela gastada en el que viajarán hasta su parada.

Pierdo mi mirada en el paisaje urbano que corre como si fuese a alguna parte, como si todo fuese prisa, como si estuviese a punto de marcarle alguna hora importante el reloj. Entonces el bus se detiene y, con trascendencia de acordeón que se abre en pleno tango, las puertas dieron paso a un SUJETO Nº 7

Varón, 39 años.

Importante estatura y cuerpo delgado, lleva gesto de superioridad resumido en tan sólo dos largos dedos sellando sus labios serios. Su mirada busca el detalle bajo cejas abundantes serigrafiadas. Está tratando de encontrar asiento, pero parece más que eso. Metida dentro de su jersey negro cuello cisne, late una especie de extravagancia de artista que no acaba de delatar su peinado de hombre del montón. Profunda entrada en la cabellera a la izquierda, surge una suerte de flequillo de lado que le recorre la frente y obliga al pelo a caer sobre las orejas con su reflejo claro. Seriedad y sombra extremas con el autobús ya en marcha, aún no se ha decidido a sentarse, sólo puede observar, escrutar, desentrañar con la mirada. Nunca con tanto silencio alguien había mostrado antes tanta seguridad en sí mismo… Pobre funcionario, más vale que aproveche el tiempo que dura el trayecto, porque cuando haya llegado a su destino habrá dejado de destacar.

lunes, 7 de junio de 2010

Mis motivos

Todo en esta vida tiene una razón de ser... aunque a veces nos parezca que no, que lo que ocurre a nuestro alrededor es fruto del azar... en serio, tiene un motivo.
Es verdad que siempre me gustó escribir. Es cierto que lo hago desde niña. Es verdad que soy adicta a las palabras. También es cierto que estoy acostumbrada a publicar a través de distintos medios... pero ninguna de esas es mi razón. Es verdad que hoy tocaba tarde de estudio y que amo huir de los apuntes. Es cierto que hoy me flota alguna idea vaga en la cabeza que se podría plasmar en una historia. Pero, lo juro, tampoco nada de eso es mi motivo para inaugurar este blog.

Dejemos que flote la duda en el aire... ocurre que a veces si se revelan algunos misterios, la faceta prosaica de la vida te golpea en la cara y se pierde la ilusión.

Gracias por estar del otro lado.

¡¡Hasta pronto!!