domingo, 13 de junio de 2010

Chicle Pop Art (I)

Cemento cuadriculado con pequeños adornos color gris oscuro pisoteados por el tiempo y por las personas. Se trata de ornamentos distribuidos aleatoriamente y que llevan consigo el sobrenombre de “chicles viejos y fusionados con el suelo”. Ese es el paisaje que diviso sentada en la parada del autobús. De entre todos ellos destaca uno que parece haber sido escupido hace poco tiempo. Sí, es cierto: está aplastado. Y sí, es cierto, está fusionado con el suelo. Pero aquí viene lo curioso: todavía conserva el color. Ante mí, un chicle rosa y, por lo mismo, la clara conclusión: con sabor a fresa.

¡Cuánto pop art en las aceras! Y, sin embargo, las pisamos como despreciando la obra de un creador colectivo, que son los ciudadanos (preferiblemente infantes y jóvenes) que se valen de la técnica universal de "mascado, baño en saliva y caída libre con simple apertura de mandíbulas y cabeza gacha". Esta técnica la lleva a cabo con el chicle en cuestión un creador A y, de manera en absoluto premeditada, la obra se verá completada gracias al tránsito por esa parcela de acera de los creadores B, C, D... que se encargarán de la técnica de "fusión con el suelo y desgaste de color" (a lo que también contribuirá el clima).

Con estas reflexiones propias de alguien más warholista que Warhol, reviso la hora y compruebo que, como siempre, el autobús llega tarde. No importa demasiado ahora que hay una brisa agradable y que, para ser sinceros, no tengo otra cosa que hacer. Es entonces cuando mi mirada tropieza de nuevo en el chicle de fresa y sonrío porque sé que los dos somos la nota de color: él en su mundo y yo en el mío.

En la parada, junto a mí, seis personas, cada una de las cuales se envuelve a su vez en su particular burbuja aislante. Con su cara-de-mírame-y-no-me-toques, ponen gesto interesante, como si por los alrededores deambulase una cámara que fuese a emitir por televisión en el programa de máxima audiencia las imágenes de los siete magníficos esperando el bus. Poses antinaturales y artificiales, cada uno según lo que quiere reflejar de sí mismo.

SUJETO Nº 1

Varón, 24 años.

El primero de los seis que espera el autobús conmigo tendrá unos 24 años. Tiene el pelo castaño y abundante y se peina para atrás al más puro estilo americano. Cualquiera diría que de un momento a otro va a sacar un peine del bolsillo de sus vaqueros y se va a retocar a lo Travolta en Grease. Está de pie, apoyado en el poste de la parada, mirando al horizonte con ceño fruncido, desafiante. No mira a nadie y, sin embargo, nos está aniquilando a todos con la mirada. Cazadora oscura, con el cuello levantado, cómo intimidar si no. Mientras en la mano derecha sostiene casi olvidado un pitillo a medio consumir con los dedos apuntando en forma de pistola, apoya la izquierda en la pelvis. Bajo la cazadora asoma una camiseta blanca que parece decir “el torso que cubro es el mensaje”. Piernas cruzadas entre el pasotismo y la chulería. Me da la sensación de estar ante un nene enfurruñado que quiere romper las normas, y este chico ya ha pasado esa edad. En cuanto papá le dé dinero, todo volverá a la normalidad. Esta es la imagen que el joven está ofreciendo a la cámara imaginaria: la de rebelde sin causa.

SUJETO Nº 2

Mujer, 27 años.

La mujer que está sentada a mi derecha no alcanza la treintena. Pese a que quizás no le lleva más que dos o tres años al joven recién descrito, lo cierto es que ha perdido esos resquicios de la adolescencia que aún le quedan al muchacho. Es bella, muy bella, tanto que es canónica. Y, consciente de su belleza, ha adoptado la postura de femme fatale. Semisonrisa a la nada, que le da un aire de superioridad, y caída de párpados con un toque de mirada por encima del hombro del prójimo. Adorna sus pequeñas orejas con enormes pendientes brillantes, que ni siquiera son auténticos, pero que son lo que el barniz a la madera. Su pelo corto se revuelve en caracoles rubios (los únicos mechones claros de la parada) y posa para la cámara al mismo tiempo que piensa, probablemente, en qué va a cocinar cuando se baje del autobús.

SUJETO Nº 3

Varón, edad indefinida (mediana edad).

Rostro y vestiduras asiáticas, logra la extraña conjunción de autoritarismo y afabilidad en la misma expresión. Aunque también está proyectando una imagen, parece estar perdido en sí mismo, en sus pensamientos, en su austeridad traída de Oriente. Frente enormemente despejada, piel brillante y labios carnosos que guardan silencio profundo. Chaqueta gris con cuello mao, quizás sea el patriarca de una familia china que acaba de instalarse y que de forma tan organizada dirige un negocio con un puñado de frases recién aprendidas en español. Inspira respeto y la cámara capta esa sensación minutos antes de la llegada del autobús.

SUJETO Nº 4

Mujer, 31 años.

Morena, media melena y pelo ondulado, trata de pasar tan desapercibida, que me llama la atención. Parece acostumbrada a esa cámara inexistente, al hecho de sentirse observada mientras espera en la acera. Y quizás se ha acostumbrado porque todos la miran al pasar. Su pose ha sido más que practicada en cada una de sus salidas a la calle, eso seguro, de tal modo que tiene el sabor del pan integral. Una sonrisa correcta y punto. Su belleza de Cleopatra se merece una pose con más personalidad, pero quizás tema con ello enamorar a la cámara y que cuando regrese a casa su marido le haya hecho las maletas. Qué sé yo… cuestiones de la intimidad de cada uno.

SUJETO Nº 5

Varón, edad indefinida.

Si bien no tengo el don de calcular la edad una vez pasada la juventud, lo cierto es que tengo un radar para la ranciedad. De pie, en el extremo opuesto al rebelde sin causa espera el autobús un hombre que parece recién llegado del siglo XIX. Mucho pelo en el mentón y nada en la cabeza, esta no resulta ser la única paradoja de su pose. Ofrece imagen de líder natural con las ideas claras, por algún motivo parece inteligente (será porque lleva un libro), sin embargo, algo me dice que piensa de un modo y vive de otro. Eso sí, eso no lo voy a buscar en una pose, porque las poses son precisamente para aparentar.

SUJETO Nº 6

Mujer, pasa de los 30.

Es sofisticada y tiene estilo. Con su pose busca que a nuestra mente acuda la palabra “glamour”. Dadas las circunstancias ha de valerse de trucos propios y, aunque luce elegante, la verdad es que todos en la parada hemos visto ya su ropa en los escaparates de Inditex tras el enorme cartel de REBAJAS. Lleva un corte de pelo a la moda, hecho por su peluquera de toda la vida, Marina, que le cobra más barato. Pero, obviando todos esos detalles, se diría que es la misma Jackie Kennedy.

Justo antes del corte para la publicidad, llega a mayor velocidad de la permitida el autobús. Los dejo subir atropellándose. Los dejo elegir con cuidado y esmero aquel asiento que los mantenga mayormente alejados del contacto humano y observo cómo se acomodan en el plástico recubierto de tela gastada en el que viajarán hasta su parada.

Pierdo mi mirada en el paisaje urbano que corre como si fuese a alguna parte, como si todo fuese prisa, como si estuviese a punto de marcarle alguna hora importante el reloj. Entonces el bus se detiene y, con trascendencia de acordeón que se abre en pleno tango, las puertas dieron paso a un SUJETO Nº 7

Varón, 39 años.

Importante estatura y cuerpo delgado, lleva gesto de superioridad resumido en tan sólo dos largos dedos sellando sus labios serios. Su mirada busca el detalle bajo cejas abundantes serigrafiadas. Está tratando de encontrar asiento, pero parece más que eso. Metida dentro de su jersey negro cuello cisne, late una especie de extravagancia de artista que no acaba de delatar su peinado de hombre del montón. Profunda entrada en la cabellera a la izquierda, surge una suerte de flequillo de lado que le recorre la frente y obliga al pelo a caer sobre las orejas con su reflejo claro. Seriedad y sombra extremas con el autobús ya en marcha, aún no se ha decidido a sentarse, sólo puede observar, escrutar, desentrañar con la mirada. Nunca con tanto silencio alguien había mostrado antes tanta seguridad en sí mismo… Pobre funcionario, más vale que aproveche el tiempo que dura el trayecto, porque cuando haya llegado a su destino habrá dejado de destacar.

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