martes, 15 de junio de 2010

Chicle pop art (II)

Antes de lo previsto vuelvo a contemplar el paisaje apurado desde el autobús y me enredo en mis propios pensamientos, en los que en ese instante no tienen cabida 1 ni 2 ni 3 ni 4 ni 5 ni 6 ni 7.

- Buenas tardes, ¿me permite?- parecía que no, pero resulta que 7 tiene voz. Su petición tiene forma de pregunta, pero todos los que lo hemos escuchado hemos percibido en el fondo una orden.

Le habla a la tímida Cleopatra, lo último que la mujer se esperaba era que un hombre fuese a dirigirle la palabra. Se siente claramente incómoda y eso evita que reaccione, se bloquea y, por tanto, es incapaz de contestar.

- Perdone… ¿puedo sentarme aquí?- nuestro funcionario extravagante se está impacientando y, por su parte, Cleopatra tiene rubor hasta en la raíz del pelo. Lo cierto es que todos los pasajeros del autobús nos hemos girado para prestar atención a la escena y el silencio es tan cortante en la espera de la respuesta, que en realidad todos estamos un poco tensos, porque es evidente que el pasajero recién llegado no piensa desistir.

Cuando los segundos transcurren en silencio transcurren mucho más despacio y parece entonces que todo está siendo filmado a cámara lenta. Tanto es así, que me da tiempo a ver cómo sube y cómo baja el pecho de Cleopatra en un suspiro que, en tiempo real, hubiese sido fugaz.

- Disculpe, ¿va usted a contestarme antes de que el autobús llegue a mi parada?- si bien lo hacía con toda la educación del mundo en sus formas, lo cierto era que el funcionario parecía estar disfrutando con su insistencia innecesaria.

La cuestión era: ¿por qué ese ensañamiento con una mujer que claramente estaba sufriendo y dando, además, evidencias de ello? Supongo que todos los pasajeros nos estábamos haciendo la misma pregunta. Desde mi punto de vista, me encontraba ante dos comportamientos sociales absolutamente anormales. Pero entonces… antes de que pudiese ponerme a sacar mis propias conclusiones acerca de lo que estaba sucediendo, estalló otro foco de atención que provenía de la fila de atrás de Cleopatra.

- Tío, ¿por qué no la dejas en paz? ¿No puedes sentarte en otro sitio?- fascinante, el rebelde sin causa había desviado hacia sí con movimiento casi coreográfico todas las cabezas que le clavamos la mirada expectantes.

- ¿Perdón? No recuerdo haber hablado con usted. Esto no le incumbe- y el funcionario volvió a dirigirse a Cleopatra, que tenía ya lágrimas en los ojos.- Entonces, bella dama, ¿me puedo sentar, por favor?

- ¡No seas cínico! Hay asientos libres por todas partes. Escoge uno y déjala en paz.

- Trato de mantener una conversación entre adultos, por lo tanto, no está invitado. Gracias por su colaboración igualmente…

Era increíble el poder de polémica sin perder las formas del funcionario extravagante. Parecía que estaba usando el pasillo del autobús como un actor utiliza el escenario. Sin lugar a dudas nadie entre el público podía quedar indiferente.

Cuando ya iba a tener lugar la réplica del rebelde, nuestra ama de casa rubia deslizó de forma furtiva un papel al joven, que la miró extrañado. Ella le guiñó el ojo y con una sonrisa dijo sin voz muy despacio “llámame” llevándose tres dedos a la mejilla, el meñique a los labios y el pulgar a la oreja. Era la erótica de la rebeldía, supongo.

Aquel regreso a casa en bus estaba superando ya todas mis expectativas… las pupilas que viajaban con diversos destinos habían seguido la trayectoria del papel hasta las manos del rebelde y ahora, como en un partido de tenis, todos centrábamos la atención en el intercambio de miradas.

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