jueves, 17 de junio de 2010

Chicle pop art (III)

Sintiendo su protagonismo venido a menos, el funcionario extravagante volvió a hablar. Si bien la retórica incluía en casi toda la narrativa desde la época clásica siempre una historia de amor, no pensaba dejar que le arrebatasen el papel principal. Y mucho menos un joven malcriado y una rubia vulgar.

- Bien, mi parada es la última del trayecto… así que aún me queda tiempo… Por curiosidad, ¿no será usted sordo-muda? En ese caso, ¿pue-de le-er los la-bios?

Un golpe bajo llevado a cabo con patético histrionismo. El funcionario ya era el primero en el ránking de pasajeros odiados. De hecho, era el único que estaba despertando un sentimiento profundo.

Desde las primeras filas se alzó una voz de avanzada edad, que nos obligó a girarnos de nuevo. Se trataba del caballero del libro. Aunque hablaba clavando la mirada ferozmente en Cleopatra, parecía que en realidad estaba hablando para todos.

- El silencio no es más que el ruido de la cobardía. Si usted no alza su voz no puede pretender sentirse liberada. El arma que más fuerza posee en la rebelión es nuestra propia voz. Y si usted se queda callada, si no contesta es tan culpable como este individuo opresor. Qué importa que todos y cada uno de nosotros intervengamos en su defensa. Si usted misma no se defiende su conciencia quedará atrapada. Sí, el caballero provocó esta situación… pero si usted no hace nada por cambiarla, no será él quien merezca mi desprecio… ¿Qué pasa con el espíritu de lucha?

Por un instante creo que todo quedó suspendido en el aire, creo que alguien pulsó “pause” y la imagen se congeló. Entonces pude analizar con detenimiento cada rostro, el patetismo de imagen de procesión. Nuestra Cleo con las pupilas hechas de un cristal a punto de estallar, de romperse en mil pedazos, su piel ardiendo en el rubor más tropical de la tierra templada, los labios levemente separados, el ceño fruncido como se fruncen las cortinas en el riel y las manos fuertemente entrelazadas. A tan sólo una respiración de ella, el funcionario extravagante sonreía con autosuficiencia pero sin hipérbole. Levantaba una de sus cejas serigrafiadas y con el extremo de su fila de dientes superior mordía ligeramente el extremo del labio inferior. El brillo de sus ojos era un termostato de orgullo puesto al máximo. Era consciente de que había sembrado la discordia y llevaba escrito en la frente un enorme cartel de “demiurgo” que lucía satisfecho. En la fila de atrás un rebelde sin causa al que acababan de hablar de rebelión… su gesto se contraía en una mueca de balanza. Labios apretados en forma de “u” ladeada, recogía todo su rostro en la mejilla de la izquierda, de la que tiraba desde el interior de la boca. Mirada pensativa perdida en la goma que bordea la ventanilla junto a la que está sentado. Paralelamente a él nuestra ama de casa rubia en un gesto que lo dice todo. Mano derecha retocando levemente el cabello, mientras con la izquierda se arregla el escote. Añadir un comentario a esto sería caer en la redundancia… Por último, el sublime orador, un hombre con las ideas claras, que acababa de replantear la situación en términos casi marxistas mira serio, erguida la frente, perfectamente colocado en el asiento ignorando la escena que ha dejado tras de sí. Como por arte de magia, alguien pulsa “play” en el momento exacto en que Cleopatra moja su falda con una lágrima que se desliza fugaz haciendo sendero en el maquillaje.

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